Copa América Centenario
En Chicago, Argentina aplastó 5-0 a Panamá. Otamendi abrió la cuenta y Agüero la cerró. El rosarino jugó media hora y regaló toda su magia para poner al equipo de Martino en cuartos de final. Di María salió lesionado.
Una mirada lineal, contundente, dice que las fantasías de Messi disimularon las oscuridades colectivas de la Selección. Menos mal que ese pequeño fenómeno de este juego de la pelota salió desde el banco para iluminar a un equipo que se mostró vacío de contenido intelectual para exponer herramientas diferentes a las que le permitieron gozar ante Chile. La débil Panamá exigía mucho más ingenio y movilidad antes que la presión y la salida rápida que liquidaron a Alexis Sánchez y compañía. Eso sí, también hay otra observación incomprobable, pero posible: sabiendo el contexto híper favorable, con el gol de arranque, tal vez Argentina se relajó y lo pagó regalando esa hora de desarrollo imposible de digerir. Aquí, el resultado no generaba incertidumbre. La incógnita pasaba por el juego. En ese sentido, hasta que Martino puso a Messi las respuestas no aparecieron. Con Leo, llegó la fiesta.
¿Qué se pretende encontrar ante un equipo inferior en jerarquía, que planifica para resistir como primera alternativa, plantándose de la mitad de la cancha hacia atrás, con un dibujo táctico 4-1-4-1 bien cauteloso? Jugando a imaginar, lo ideal es romper el resultado rápido para manejar el desarrollo sin desesperación, sabiendo que en algún momento el adversario deberá salir y liberará espacios para descubrir oportunidades que terminen de sellar la cuestión. Todo eso lo tuvo Argentina. Porque a los 6 minutos ya ganaba por un tiro libre bien ejecutado por Di María y cabeceado a la tranquilidad del uno a cero por Otamendi, en absoluta soledad, mirado por Gabriel Gómez. Y como si con ese “detalle” del gol prematuro no alcanzara, a los 30 se quedó Panamá con un hombre menos.
Al cabo, en un escenario semejante, lo que se espera es que Argentina se ponga a tono con el sitio en el que atraparon Paul McCartney, los Stones, Pink Floyd. Pero no hubo recital celeste y blanco sin Messi.
Once contra once, en la media hora inicial, nunca la Selección encontró lo que se requiere en este tipo de casos: no tuvo elaboración rápida ni precisa, mucho menos claridad. Hubo responsabilidad del mediocampo, pero también de los atacantes. Es que ni unos ni otros exhibieron la movilidad indispensable. En consecuencia, las chances de gol resultaron mínimas. Apenas hubo un tiro de Higuaín, inmediato al grito de Otamendi, que hizo volar al arquero Penedo. Esta vez, el 4-2-3-1 que vulneró a Chile, sin espacios para explotar en velocidad, no alcanzó.
Desde la expulsión hasta el ingreso de Messi, en la segunda media hora, la historia de la Selección fue más o menos parecida. El ingreso de Lamela por el lesionado Di María le amplió el abanico de ofertas de pase a Banega. Pero nada deslumbrante. Alguna combinación y punto.
En el último tercio, ya con el genio en el césped en lugar de Augusto Fernández y con Banega retrasado de doble 5, el 4-2-3-1 mutó en 4-3-3. Es que Messi se ubicó detrás de los tres atacantes. Y desde ahí empezó a capturar momentos para celebrar. Enseguida una carambola por una salida imperfecta panameña que pegó en la cara de Higuaín ubicó a Leo cara a cara, en instancias en las que no falla: 2-0. El tiro libre majestuoso y otra resolución con clase del mejor del planeta llevaron el resultado a la dimensión de goleada, matizada por Agüero, quien jugó los últimos quince por Higuaín.
Viene redondita la Copa América para Argentina. Clasificada con puntaje perfecto, con el camino allanado, sin Uruguay como rival en el horizonte de cuartos, ahora le resta el cierre con Bolivia, con cero presión. Pensando en los cara a cara posteriores, ya hay dos certezas. En el debut con Chile, sin el genio, hubo un equipo que respondió. Ahora, cuando los argumentos colectivos aburrieron, volvió a comprobarse que Messi puede evaporar cualquier escenario de pesadilla contando un dulce cuento.
clarin-ar
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