Ernest Folch
Nada hay más apasionante pero también más cíclico que el debate de los estilos en el fútbol: es eterno, vuelve siempre. La irrupción espectacular del Atlético a la élite del fútbol mundial ha avivado la discusión bíblica entre el juego de toque y el de contención. Es la misma confrontación de siempre pero con una nueva cara. Los menottistas contra los bilardistas, los cruyffistas contra los clementistas, el guardiolismo contra el mourinhismo y ahora, el cholismo contra el tiqui-taka. Se dice muchas veces que hay muchas maneras de ver el fútbol, pero en realidad sólo son dos, que se repiten incansablemente a lo largo de la historia bajo formas diversas: los románticos contra los resultadistas. Son dos formas de ver el juego, y de entender la vida, y en esta confrontación original está la génesis de tantos otros debates. Una portada espléndida de un gran periódico como La Gazzetta dello Sport consiguió globalizar ayer la disputa con una impactante recreación de Simeone en forma de Che Guevara.
La portada era tan espectacular como chocante, porque resulta que, para La Gazzetta, Simeone es el revolucionario que lucha contra el tiqui-taka, es decir, que el juego de toque, para seguir con esta peculiar analogía, representa ahora el ‘establishment’. Hay que partir de la base que es una visión que viene de Italia, un país donde la palabra ‘catenaccio’ no es ni siquiera peyorativa. Es curioso que lo revolucionario sea ahora el 4-4-2 de siempre, que desdeña el balón y fomenta el físico, una visión que demuestra hasta qué punto la cultura de fútbol del Barça ha sido vista como dominante, e incluso como asfixiante, por una parte del mundo futbolístico global. El debate, pues, se abre otra vez en todo su esplendor gracias al gran trabajo de un Simeone que con una energía admirable ha sabido construir un proyecto que es un espejo de su personalidad. Pero no se puede abrir el debate sin mencionar que el tan alabado ‘cholismo’ a veces ha consistido también en jugar con el reglamento y sus limitaciones, y tirar balones al campo para cortar contraataques. Y más allá de la polémica, hoy tenemos una certeza: el ‘cholismo’ ha pasado de ser una curiosidad local a convertirse en un fenómeno global.
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